La evolución de pablo
El pecado se puede
vencer, pero yo caigo una y otra vez ¿será que no tengo remedio? ¿Mi relación
con Jesús no funciona? ¿Me voy a perder porque no tengo la capacidad de vencer?
Se podrá preguntar usted. Pero le tengo buenas noticias. Dios no te exige una victoria
“total y absoluta” de inmediato, de una
vez. No. Al contrario, sabe que es difícil y por eso permite que evoluciones
poco a poco. Recuerda que lo realmente importante es aprender a caminar con Él
y eso en ocasiones lleva tiempo.
Un
personaje que nos ilustra a la perfección esta idea, es Pablo. Un individuo que
al principio era asesino de cristianos, pero que termino siendo uno de los más
grandes predicadores del evangelio en todos los tiempos. Este hombre no venció
el pecado de una vez, mas bien evolucionó poco a poco hasta lograr la victoria
“total y absoluta”.
Cuando
Pablo estaba en la cumbre de la maldad, cuando lo único que pasaba por su mente
era matar a los cristianos, Jesús mismo se le apareció para transformar su vida
y darle un vuelco total. Esa alma mala y perversa estaba en los planes de Dios
para hacer maravillas en su nombre. El mundo conocería por medio de él que
Jesucristo es el Señor (Hechos 9: 1 – 23).
Aun cuando
Pablo estaba convertido y entregado por completo en la predicación del
evangelio, él mismo reconoció que algo estaba mal en su vida espiritual. El
decía: “realmente, no entiendo lo que me pasa; porque no hago lo que quiero,
sino lo que aborrezco. Y al hacer lo que no quiero, apruebo que la ley es
buena. De manera que ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí.
Se que en mi, esto es, en mi carne, no habita el bien. Porque tengo el querer,
pero no alcanzo a efectuar lo bueno. Porque no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado
que mora en mí. Así encuentro esta ley: aunque quiero hacer el bien, el mal
esta en mi. Porque en mi interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo en
mis miembros otra ley, que lucha contra la ley de mi mente, y me somete a la
ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7: 15 –
23).
¿Quién no se ha sentido así?, incluyéndome.
Pareciera imposible vencer el mal, aun cuando los deseos de la mente son hacer
el bien. Muchas veces nos deprimimos, lloramos y desesperamos. Pensamos que
Dios nos abandono. Que somos miserables, indignos y pobres pecadores. Y se oye
un grito desgarrador: “¡miserable de mi! ¿Quién me librara de este cuerpo de
muerte?” (Romanos 7: 24).
Pablo tenia un problema grande. Lo bueno de
todo esto es que conocía la solución. Había Esperanza. “¡Gracias doy a Dios,
por nuestro Señor Jesucristo! Así, dejado a mi mismo, con la mente sirvo a la
ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado (Romanos 7:25).
Aun en sus
luchas contra el pecado, en los constantes rechazos por parte de aquellos que
no aceptaban el evangelio, en sus fracasos y éxitos, Pablo nunca estuvo solo.
Alguien caminaba a su lado, guiándolo, fortaleciéndolo, animándolo y sobre todo
consolándolo. “El nos consuela en toda tribulación, para que también nosotros
podamos alentar a los que están en cualquier tribulación, con el consuelo con
que nosotros somos confortados por Dios” (2 Corintios 1: 4).
Algo que es vital en la lucha del cristiano
es no dejar de mirar el objetivo. Saber a donde vamos y que queremos ser para
Dios (aunque Dios tiene sus propios planes para nosotros). Si nos caemos, nos
levantamos porque tenemos la vista puesta en algo mas allá de lo que vemos. Eso
mantuvo a Pablo de pie en medio de la tormenta. “Por eso, no desmayamos. Aunque
nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva día a día.
Porque esta leve y momentánea tribulación, produce una eterna gloria, que
supera toda comparación. Así fijamos nuestros ojos, no en lo que se ve, sino en
lo que no se ve. Porque lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es
eterno” (2 Corintios 4: 16 – 18).
Pablo comenzó un proceso de evolución para
vencer no solamente el pecado, sino también para soportar todos los problemas
de la vida, cuando se dio cuenta que era débil y que el único que podía
sostenerlo se llama Jesús. El poder de Dios obra en nosotros cuando somos
débiles y no tenemos mas fuerzas. “Y me dijo: “bástate mi gracia, porque mi
poder se perfecciona en la debilidad”. Por eso, de buena gana me gloriare más
bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. Por eso, por
causa de Cristo, me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecuciones, en angustias. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12: 9 – 10).
El hecho de entregarse a Dios por ser
débil, llevo al apóstol inmediatamente
al siguiente paso. Dejar el “yo” de
lado. “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mi. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el hijo de Dios,
quien me amo, y se entrego a si mismo por mi” (Gálatas 2: 20).
Si hay algo que todo cristiano debe saber, es
que no pertenece al pueblo de Dios por casualidad. Ya Dios te había elegido.
Pablo lo comprendió. Aun con su pasado destructor. Pero también entendió que el
plan de Dios para él y para todo ser humano, es que abandone el pecado y viva
en santidad. “Dios nos eligió en él desde antes de la creación del mundo, para
que fuésemos santos y sin culpa ante él, en amor” (Efesios 1: 4).
Otro aspecto de la vida cristiana que Pablo
comprendió. Es que para cumplir con los preceptos de Dios, se debe ser imitador
de Dios. “sed, pues imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5:1).
Aun cuando el apóstol había mejorado
muchísimo en comparación con aquel de Romanos 7, sentía que la tarea aun no
estaba terminada. Pero había algo que le
brindaba absoluta tranquilidad: “Estoy seguro de que, el comenzó en vosotros la
buena obra, la ira perfeccionando hasta el día de Jesucristo”. Y luego más adelante
suelta una de las declaraciones más poderosas de la biblia. “Porque para mi, el
vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1: 6,
21).
Pablo ya se estaba encontrando con un nivel espiritual
altísimo. Cristo ocupaba el primer lugar en su corazón. Una vez un hermano de
la iglesia me dijo lo siguiente: “cuando las personas son santas, nunca se
sienten como tal. La razón es que ellos comprenden realmente su necesidad de
Dios. Miran la bajeza de su vida comparada con la de Cristo y se dan cuenta que
no son nada. Pero al mismo tiempo sin saberlo son santos, personas que si Jesús
bajara en este instante, se salvarían”. Tengo la impresión de que alguien
parecido a esa descripción era Pablo. La razón es sencilla: le entrego todo a
Jesús, su corazón, su vida, su voluntad. Todo. Y ni siquiera presumió de ser
santo, al contrario sentía que aun le faltaba camino por recorrer.
“No que lo
haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si alcanzo
aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, no
considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago, olvido lo que queda atrás,
me extiendo a lo que esta delante, y prosigo a la meta, al premio al que Dios
me ha llamado desde el cielo en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 12 – 14). Me encanta
esta declaración porque nos enseña una gran verdad. Debemos dejar el pasado
atrás, no importa lo que hayamos hecho antes, lo que importa es lo que haremos
ahora.
Entregar
nuestra vida a Cristo no es fácil. Sabemos que hay sacrificios. Momentos de
dolor y sufrimiento. Muchas cosas que antes amabas ahora tienes que dejarlas
para siempre. Pablo sufrió muchísimo en su ministerio. Vivió en diferentes
situaciones, diferentes lugares y diferentes tiempos. Pero sabes que ¡él fue un
vencedor! Y para los vencedores no hay limites, todo lo pueden. “Se vivir en
pobreza, y en abundancia. En todo estoy enseñado, para hartura como para
hambre, para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 12 – 13). Cristo es nuestra eterna fortaleza. Amen.
Si tuvieras
que morir hoy ¿Cómo te sentirías? En paz porque sabes que si mueres Cristo te
resucitara en su segunda venida o preocupado porque dudas de tu salvación.
Cuando el apóstol estaba por morir no tenía dudas de su próximo destino. Sus
ojos desde hace mucho se habían fijado en algo que no se puede ver, y ahora ese
objetivo estaba mucho mas cerca. “Ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de
mí partida esta cerca. He peleado la buena batalla de la fe. Por lo demás, me
está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor, juez justo, en aquel
día. Y no solo a mi, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4: 6 – 8).
No te apresures en tu vida espiritual. Ve
paso a paso. Poco a poco. Deja tus cargas a Dios. Evoluciona cada día un poco mas,
pero eso si, debes ser constante. Si no eres constante en tu crecimiento
espiritual nunca podrás ser un vencedor. Y otra cosa mas, no te rindas, sigue
siempre adelante. Al final del camino sabrás que todo ha valido la pena.